NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR
25 DE DICIEMBRE
Natividad,
acortación de Natividad de
Nuestro Señor Jesucristo, es por
antonomasia la conmemoración litúrgica del nacimiento de Jesús en Belén de
Judá. Es celebrada por la Iglesia católica con carácter de solemnidad en la
noche del 24 al 25 de diciembre,
Cuando se hubieron cumplido los acontecimientos que debían
preceder al advenimiento del Mesías, de acuerdo con los vaticinios de los
antiguos profetas, Jesús llamado el Cristo, Hijo de Dios eterno, se encarnó en
el seno de la Virgen María y, hecho hombre, nació de ella para la redención de
la humanidad. Desde la caída de nuestros primeros padres, la sabia y
misericordiosa providencia de Dios había dispuesto gradualmente todas las
cosas para la realización de sus promesas y el cumplimiento del más grande de
sus misterios: la encarnación de su divino Hijo.
Este rayo de la noche de Navidad, rayo del nacimiento de Dios,
no es sólo el recuerdo de las luces del árbol junto al pesebre en casa, en la
familia o en la iglesia parroquial, sino algo más. Es la chispa de luz más
profunda de la humanidad a la que Dios ha visitado, esta humanidad acogida de
nuevo y asumida por Dios mismo; asumida en el Hijo de María en la unidad de la
persona divina: el Hijo-Verbo. La naturaleza humana asumida místicamente por el
Hijo de Dios en cada uno de nosotros, que hemos sido adoptados en la nueva
unión con el Padre. La irradiación de este misterio se expande lejos, muy
lejos; alcanza también aquellas partes y esferas de la existencia de los
hombres en las que todo pensamiento acerca de Dios ha sido como ofuscado y
parece estar ausente como si se hubiera quemado y apagado del todo. Y he aquí
que con la noche la Navidad apunta un resplandor: ¿Acaso... a pesar de todo?
Bienaventurado este «acaso... a pesar de todo»; es ya un indicio de fe y
esperanza.
En la fiesta de Navidad leemos que los pastores de Belén
fueron convocados los primeros al pesebre a ver al recién nacido: «Fueron con
presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre» (Lc 2,
16).
Detengámonos en ese encontraron. Esta palabra indica la
búsqueda. En efecto, los pastores de Belén, cuando se pusieron a descansar con
su rebaño, no sabían que había llegado el tiempo en que iba a acontecer lo que
habían anunciado desde hacía siglos los profetas del pueblo al que ellos mismos
pertenecían; y que iba a tener cumplimiento precisamente aquella noche; y que
se realizaría en las proximidades del lugar donde se hallaban. Incluso después
de despertarse del sueño en que estaban sumidos, no sabían ni qué había
ocurrido ni dónde había ocurrido. Su llegada a la gruta de la Natividad era el
resultado de una búsqueda. Pero al mismo tiempo habían sido llevados y
conducidos -según leemos- por la voz y la luz. Y si nos remontamos más en el
pasado, los vemos guiados por la tradición de su pueblo, por su espera. Sabemos
que Israel había recibido la promesa del Mesías.
Y he aquí que el evangelista habla de los sencillos, los
modestos, los pobres de Israel: de los pastores que fueron los primeros en encontrarle.
Además, habla con toda sencillez, como si se tratara de un acontecimiento
«exterior»: han buscado dónde podría estar y, finalmente, lo han encontrado. A
la vez, este «encontraron» de Lucas, indica una dimensión interior: lo que se
verificó en los hombres la noche de Navidad, en aquellos sencillos pastores de
Belén: «Encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre», y
después «...se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían
oído y visto, según se les había dicho» (Lc 2, 16.20).
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